viernes, 26 de febrero de 2016

¿Nos aprovecha lo que comemos o nos envenena la alimentación?

Recuerdo que, hace muchos años, mi padre me vino a enseñar uno de sus famosos recortes de periódico. El artículo era del doctor Trueta y el titular: si los nervios le deben provocar una mala digestión, mejor que fume. El hecho de que el doctor Trueta fuera un firme antitabaquista (como mi padre), enfatizaba aún más el titular.

Pero, ¿qué es una mala digestión?

Alimentación: lo que entra por la boca. Nutrición: lo que el cuerpo aprovecha. Digestión: proceso que convierte los alimentos en nutrientes.

Y ahora un recordatorio de algunas cosas que nos metemos en la boca. Muchos alimentos (sobre todo, envasados) llevan cosas llamadas conservantes, estabilizantes, sulfitos, colorantes y antioxidantes. Algunas etiquetas ponen nombres, otros ponen códigos, ... Desgraciadamente, los nombres nos confunden. Sobre todo en el caso de los antioxidantes añadidos a la comida, que no tienen nada que ver con las sustancias antioxidantes que forman parte de frutas, verduras o vitaminas.

Si recordáis lo que hacía la gente para conservar los alimentos antes de la aparición de las neveras y las latas, se basaba en añadir vinagre (o dejar fermentar naturalmente). Ejemplo: el chucrut de los alemanes. O bien se añadía mucha sal (como las anchoas o el bacalao). O bien se cerraba la conserva (tomate, por ejemplo) en un bote al vacío.

Si pensamos qué ocurre en el estómago y en el intestino con un alimento como el chucrut, nos daremos cuenta que tanto para el estómago (donde la acidez es superior a la del vinagre), como para el intestino, que produce una especie de fermentación similar a la del vinagre, no parece que vaya a producir problemas. En cambio, si lo que añadimos son alimentos que van en contra del proceso natural de degradación de los alimentos por fermentación, la cosa ya se complica mucho. Y no hace falta un gran conocimiento científico para adivinarlo. Sólo caer en lo que significan algunos nombres. Conservantes / estabilizantes: evitan que el alimento se degrade o se transforme. ¿Y sabéis que hacen los sulfitos?. Evitan que el vino se convierta en vinagre, que las legumbres u otros productos oscurezcan, ... O sea que, estos productos, van en contra de la descomposición normal de los alimentos (que eso es lo que hace nuestro cuerpo en la digestión, acelerando estos procesos). Por tanto, estos productos añadidos a nuestros alimentos, hacen mucho más difícil el trabajo de nuestro sistema digestivo. Hasta el punto de que puede llegar a evitar el proceso de fermentación natural que se produce en el intestino. Cuando esto ocurre, la fermentación se llega a convertir en putrefacción. El nombre de los productos derivados de la putrefacción ya es ilustrativo. Cadaverina, por ejemplo.

Y lo que debían ser nutrientes, pasan a ser tóxicos que nuestro cuerpo tendrá que eliminar. A medida que se repite el fenómeno de la putrefacción, nuestro cuerpo cada vez es más débil (porque no le llegan nutrientes esenciales por culpa de la malabsorción) y los productos tóxicos de la putrefacción terminan infiltrándose en la sangre y pueden acabar provocando problemas auto-inmunes. El hecho de que comamos cosas buenas (que en teoría deberíamos aprovechar) se ve perjudicado por alimentos que causan una mala digestión global.

Las malas digestiones no sólo no aportan nutrientes. Aportan tóxicos. Y esto nos debilita y enferma. Porque el intestino, donde se encuentra el 85% del Sistema Inmune (SI), se llena de tóxicos que el organismo debe eliminar de un modo u otro. Y esta eliminación acaba buscando salidas rápidas. A veces envía los tóxicos al sistema respiratorio para que los expulse en forma de mucosidad. Así es como las malas digestiones provocan, entre otras cosas, infecciones e inflamaciones que pueden desembocar en resfriados, que son una herramienta de expulsión de toxinas.

El problema cultural que nos impide asociar los resfriados a una mala alimentación / nutrición es que seguimos creyendo que la culpa de los resfriados o gripes son los microbios o los virus. Creemos que "hemos pillado" algo, cuando ya lo teníamos con nosotros. El problema no es de unos "bichos" que ya estaban con nosotros, sino del "terreno" (nuestro cuerpo). De nada sirvió que el propio Pasteur reconociera su error en el lecho de muerte ( "el microbio no importa, sólo el terreno") porque la clase médica aún no lo ha aceptado. Y así nos va.

Por si no hubiera suficientes interferencias para que nos lleguen los nutrientes, añadimos el uso de los microondas o cocinamos excesivamente los alimentos o, ya directamente, los requemamos para que los nutrientes se conviertan en tóxicos antes de entrar en el sistema digestivo.

El hecho de que mucha gente siga creyendo que se alimenta bien, parece increíble, cuando incurre en los casos que he explicado o, muy a menudo:
No coma con una mínima calma
No mastique mucho los alimentos
Coma en cantidades inapropiadas
Coma a horas inapropiadas
Este último aspecto de los horarios ya lo recoge la tradición Ayurveda, hace más de 2.500 años. Deberíamos comer entre las 12 y 13 horas, para aprovechar la energía digestiva del mediodía, y cenar antes de las 20, para acabar de digerir la cena antes de que el hígado y los riñones hagan el "reset" a la 1 o 2 de la madrugada.

Parece mentira que los conocimientos sobre nuestro cuerpo esten aún tan poco al alcance de la gente. Que no sabe que una digestión de fruta o verdura cruda se hace en una hora. Y que comida de todo tipo y en gran cantidad suele derivar en digestiones de cinco o seis horas. Y que si esta digestión nos coge en medio del "reset" nocturno se puede alargar horas y horas causando directamente putrefacción porque el cuerpo no está disponible para la digestión. Recordad esto cuando se os ocurra cenar tarde o, peor, comer algo de madrugada.

Como muestra un dato. En los USA, ya se han hecho muchos estudios que demuestran que los niños asmáticos dejan de tener ataques en cuando dejan de comer "chuches" o alimentos con conservantes (que, además, provocan alergias).

Sólo con lo que he mencionado, si añadimos el enorme desequilibrio de los omega-6 por encima de los omega-3 (cuando el ideal del hombre primitivo era 1:1), que provoca un proceso inflamatorio permanente en el cuerpo ( el omega-6 es proinflamatorio), ya tienes los principales elementos que nos llevan a ser un animal alejado de su naturaleza y, por tanto, un animal enfermo.

Como ya deduciréis, mi papel tiene mucho que ver con el detective que recorre la fisiología de vuestro cuerpo y analiza, entre otras cosas, los nutrientes que le estáis dando.