martes, 14 de junio de 2016

El amor que nos cura

Ya os he dicho que no podemos separar la salud física o mental de la salud del alma. La espiritual. 

Y hoy, revisando escritos que empecé a enviar bajo el título "Camí d'amor" en 2006, me he topado con uno que cuadra muy bien con lo que os quería decir. 
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La única persona que te puede curar eres tú mismo. La única persona que te puede hacer daño eres tú mismo.

El dolor no es más que una de las maneras en que el alma te dice que no vas bien. Que tienes que aprender algo. Pero, siempre buscamos el origen del dolor en otras personas. Y el dolor no se genera por las cosas que los demás hacen, sino por la forma en que nosotros nos lo tomamos. Eres tú quien tiene que cambiar la manera de ver las cosas, si sientes dolor. Si el otro hace algo que no está bien, es su problema, no el tuyo. Tu problema es la forma en que te lo tomas. Por tanto, siempre que hay dolor, hay ego. Y es tu alma quien te hace pasar por la experiencia. Para que aprendas a hacer tu camino de amor.

El dolor, por tanto, es la herida abierta ante un hecho que no sabemos resolver con amor. Mientras está abierta, podemos intentar curarla con amor. Si se cierra porque no queremos sufrir, es el ego quien la cierra, y nuestra alma, tarde o temprano la volverá a abrir. Hasta que aprendamos a responder con amor.

El único sentido de la vida es aprender a responder, libremente, con amor. Pero con amor incondicional. Que es el amor divino. El amor que no es dual. El amor que no toma energía a nadie porque, al contrario que el amor "normal" (el del ego), no se acaba nunca, ni tiene límite. En el amor del alma, lo mejor para ti, siempre es lo mejor para todos. Nadie sale malparado. En cambio, en el amor del ego siempre hay alguien que sufre. La energía que se toma por una parte va a parar a otra. Unos ganan y otros pierden.

Es por ello que toda la vida no es más que un inmenso teatro en el que toda la ambientación, todo lo que nos rodea, tiene como único objetivo hacernos ver la verdad. El alma no para de mostrarnos la verdad con todo tipo de mensajes. Nuestra casa, la gente que nos encontramos por la calle, nuestros dolores y enfermedades, las "casualidades" (que nunca lo son). Todo tiene como único objetivo que veamos la verdad. Pero la verdad muy a menudo nos hace daño o no nos gusta. Y, entonces, no la queremos ver. O decimos que no es verdad. Por eso no sirve de nada que nos la quieran hacer ver. Todos podemos saber la verdad. Siempre que callemos a nuestro ego.

De hecho, cuando actúas con amor incondicional, no es difícil que veas que es lo que le pasa a otro. Lo verás muy simplemente. Como un flash. Sin pensar. Escucharás los mensajes que su alma intenta que él escuche y verás la verdad que él no quiere ver. Pero no le puedes explicar, ni darle lecciones, ni consejos, ni soluciones. Ni puedes juzgarlo. Sólo puedes quererlo. Si no eres capaz de amarlo calladamente, aunque sepas la verdad, no le ayudarás. Por que tu ego querrá "lucirse" haciendo ver lo que has sabido. Y ya no estarás sintiendo amor incondicional, que es el único que puede ayudar al otro a encontrar su propio camino. Su propia curación. Sólo él mismo la puede encontrar y se puede curar. No eres tú quien le hará ver su verdad. Es él. Y a su propio ritmo.

Sólo uno mismo se puede curar. Sólo uno mismo se puede provocar dolor.

Los demás sólo podemos darle amor incondicional para ayudarle a recordar algo que ha olvidado y que cualquier bebé nace sabiendo. Que cada uno se merece ser amado haga lo que haga. Siempre.

El amor incondicional nunca tiene intención. Ni objetivos. Ni adjetivos. Ni orientaciones. Ni busca resultados. No amas para que el otro encuentre la verdad. O para que se dé cuenta de que se equivoca. O porque quieres que se dé cuenta de tu amor. O porque quieres que te corresponda. El amor incondicional es callado y discreto. Puede ser, incluso, secreto. No amas para que los demás sepan cómo eres y te lo reconozcan. Ni amas porque crees que los demás lo necesitan.

Amas porque tú eres así. Amoroso. Y lo manifiestas porque es tu esencia. Nada más.

Si esperas algo a cambio. Sea de una persona o del universo, no tendrás nada que valga la pena. Tú debes actuar con amor incondicional con todos y creer que todo irá bien. Cuando sea. Como sea. Cuando toque.

Sólo tienes que tener fe. Porque la certeza, incluso la certeza de que eres bueno o vas bien o que estás más cerca del alma, es ego. No hay certezas en el camino del alma, en el camino de amor. Sólo fe ... Y magia.


Lluís Tordera Valldoreix 25 de octubre de 2008

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